martes, 28 de septiembre de 2010

LIBRO "EL PAIS DEL SALVESE EL QUE PUEDA" RAYMUNDO COLIN AXOLOTL

1

Barros merodea la calle. Freddy lo zancadilla y éste traga polvo. Sancho y Pericles se desternillan de risa. Freddy se apresura a guindarlo:
— ¿Qué pasó cuate, se te enredaron las patas? Ironiza Freddy, apretando los labios para no soltar la risotada.
— ¡Ahora si que te dan una paliza... mira cómo te ensuciaste! Sentencia Sancho. Barros comienza a temblar.
— ¿Qué tienes macho? Le pregunta Pericles. Barros, responde:
— Es que si regreso así, papá me va a zumbar.
Para tranquilizarlo, Pericles le propone lavar sus ropas en su casa. Barros se sosiega. Dicho y hecho, la pandilla se enfila hacia el “palomar” donde habita Pericles. Al llegar, ven la nota que la madre de éste dejó pegada en la puerta, donde informa que fue de compras al supermercado. La pandilla, no pierde la ocasión, y se arrana en la pequeña sala a ver la tele; y ha esperar que Barros lave sus prendas. Cuando se desviste, todos se sorprenden al ver la cantidad de pústulas que llenan su pecho y espalda.
— ¡Oye! ¿Por qué tienes tantos granos? ¿Qué nunca te masturbas? Suelta Sancho.
Barros, intrigado, pregunta qué es masturbarse. El pilluelo le contesta:
— Masturbarse, es el arte de jalarse la pinga hasta que escupa mocos. Sirve también para quitarte los barros y lo lujurioso… entre otras cosas más.
— ¡A poco eso cura los granos! Exclama Barros.
— ¡Sí mano! Pondera Pericles. Ves la cara de Freddy, la tenía peor que tú, pero con un año de tratamiento manual, quedó más lisa que una cáscara de sandía.
Excitado, Barros ruega a los mozalbetes le enseñen a pollarse. Al principio estos se niegan, previendo que la madre de Pericles llegue inesperadamente y los descubra. Pero después de deliberarlo consienten, eligiendo a Freddy como instructor: éste, sin pudor alguno, abre el cierre de su bragueta y extrayendo su escuálido miembro, lo comienza a frotar y a frotar, hasta que al rato, convulsiona al igual que una tetera en el fuego. Barros observa sin perder detalle. Freddy contrae las piernas: a punto de estallar, se aproxima a Barros, y sin decir ¡agua va! le rocía el estómago de espermas. Sancho y Pericles truenan la carcajada. Asqueado, el aprendiz de puñetero, se limpia los pececitos. Freddy sisea:
— ¡Así se la jala uno cuate!
— ¡Eres un fregón! Profiere Sancho.
— ¡Me cae que sí! Recalca Pericles.
— ¡Masturbarse es padre! Sisea Barros.
— ¡Claro! Exclama Freddy. Y como viste, es sencillo. Nada del otro mundo. A Wilson, que nosotros que ya somos maistros, podemos realizar suertes como cuando jugamos balero o trompo. La que me hice fue de diez puntos. Las difíciles son las de cincuenta. Tú puedes iniciar con las de cinco puntos, hasta llegar poco a poco a las de mayor porcentaje.
— ¿Y si mamá me descubre?
—No creo bato, para eso hay mañas. Una vez aquí Sancho lo hizo en plena misa, ¿cómo? Pues cavando un agujero al bolsillo de su pantalón. Marrullerías hay muchas... chango.
— ¿Puedo rascarme una...? Pregunta tímido Barros.
— ¡’Uta, y nosotros seremos los padrinos de tu primera convulsión.
Barruntan los muchachos con alegría. Una vez seca sus ropas, Barros, se despide agradecido de sus amigos.
El calor es sofocante. Freddy ofrece a sus compinches comprar refrescos para todos. Desde la tienda ven a Orejotas saliendo de su casa.
--¡Ese Orejotas, véngase pa’ acá! Grita Sancho. Orejotas voltea y de una zancada se planta frente a ellos. Estos lo reciben con picardía:
--¡Ya vez Orejotas, por pisón ya mero pelas patas...!
--Pos que quieren hermanos... a uno que se la ofrecen...
Contesta el aludido, que de tanto ponerle Jorge al niño, un día se desguanzó todito y para que se curara, tuvo que absorber una docena de huevos por el “a travieso no me ganan”.
--¡Qué onda morros, ya va a empezar el Can- Can! ¿Quieren ir a verlo? Dice Orejotas.
--¡Tú no aprendes! Corean Sancho y Pericles a la vez que aceptan la proposición. ¡Increíble! Freddy se corta pretextando asuntos que tratar.
--¡Pus entre menos burros, más elotes! Sentencia Orejotas que palmea la testa a Freddy. Una vez que Freddy se aleja, la pandilla toma rumbo la pocilga de las Chocolatas, donde cada fin de semana, estas realizan funciones stripers. Franquea la pocilga, Rodolfo, el hermano y proxeneta de las Chocolatas:
--¡Son cien varos por piocha!
--¿Cómo que cien, guey, si hace una semana costaba un tostón? Rezonga Orejotas.
--¡Pero ya subió, y si no traen con qué, háganse a un lado pa’ que pase el respetable!
No hay más remedio que pagar la entrada, pues no están dispuestos a perderse la función. La pandilla se arrellana hasta delante. En eso, la voz de Rodolfo irrumpe en la sala:
--¡Muy buenas las tengan, todos ustedes señores! ¡Una vez más, me complazco en presentar a mis carnalas, que los deleitarán y alegrarán con las gracias que Dios y mis jefes les concedieron! ¡Si no tienen algún inconveniente, recíbanlas con un fuerte y caluroso aplauso!
Truenan las palmas. Las Chocolatas aparecen. El público aúlla. Pero los bramidos suben de tono, cuando Ana, la mayor de las hermanas, baja sus pantaletas para mostrar la musaraña. Orejotas comienza a babear y Sancho a golpetear con sus nudillos sus piernas.
El auditorio exige más. Entonces Gloria y Graciela bajan también sus holanes provocando el alboroto total: Algunos intentan subir, pero las hermanas sin dejar de cabriolear, lo impiden a patadas. Ante la lujuria desbordada, Rodolfo no tiene más alternativa que suspender el acto. El telón cae, y tras él desaparecen las exquisiteces oreadas de las Chocolatas. Pericles murmura a Orejotas. Luego de esto, el orejón se mete tras bambalinas. Vuelve animado:
--Ya está. Ahora nos reciben. Pero nos va a costar doscientos pesos y cien para su carnal.
--¡No hay bronca! Exclama Sancho, sacando de su bolsa una arrugada de billetes. Al cabo de unos minutos, Rodolfo los llama:
--¡Adelante señores, mis hermanas los esperan! Antes de entrar, Rodolfo pide su parte. Se la da Orejotas. Ya adentro, las Chocolatas, esperan sobre la cama. Sin más ni más, los arrapiezos se precipitan sobre ellas.
Están tan entrados con ellas, que no se percatan cuando doña Manuela, la madre de las muchachas, entra a la pocilga, sino hasta que resienten los escobazos en la espalda. Piernas para qué las quiero, Pericles se zafa de la prieta. Detrás de él Sancho y Orejotas. Al voltear a ver si no los persigue la señora, ven brotar como corcho a Ana, luego a Gloria y Graciela, y por último, a doña Manuela, tundiéndolas a palos.
Pasado los días, estos se enteran de que por la golpiza a sus hijas, la señora fue a parar a la cárcel y las Chocolatas al hospital. Al saberse en la cuadra el por qué doña Manuela había cateado a sus hijas, no falta quien quiera partirles la cara, pues por su calentura las funciones stripers se han suspendido. El que más pus carga, es don Pablo, progenitor de las Chocolatas, que pregonan las malas lenguas, los anda buscando para llenarlos de plomo.
Lo bueno es que Don Pablo, no cumple su amenaza, ya que a los pocos días, es apresado acusado de robo a una señorona de Polanco.
Pasan los meses, y la vida en el barrio torna a la normalidad, y como doña Manuela, encarcelado su esposo, se las está viendo difícil con la economía familiar, deja que las Chocolatas vuelva al Can- Can. Pero esta vez con ella de administradora, y pasado el tiempo, como parte del elenco. A la semana de su debut, la doña desplaza a sus hijas: lo que sea de cada quien, a pesar de sus lonjas, la señora aguantaba un piano. Tal vez si don Pablo, tras escaparse de la cárcel, no la mata al enterarse de su impudicia, chance la matrona llega a diva.


2

Desde la puerta de calle de su casa, Sancho observa a un pastor alemán jineteando a una perra. En eso arriban Pericles y Freddy. Pericles se acuclilla extrayendo de la faltriquera de su camisa un tubo pega parches, que derrama en la palma de su mano:
--¿Ya supiste lo que pasó anoche? Pregunta Freddy. Sancho contesta que no. Entonces Freddy le comenta:
-¡Pus encontraron a un bato muerto frente a la casa de doña Marina! ¡Dicen que no era del barrio porque nadie le dio tinta! Que la doña vio quién se lo echó al plato: que lo bajaron de un carro con polarizados, y antes de pelarse, uno de los asesinos se acercó al muertito, y le sacó los ojos.
--¡No mames! ¿A poco sí? Exclama horrorizado Sancho. Pericles ya está sonso y, al oír los chillidos de la cachorra, voltea: El alemán está pegado a ella. Uno de los vecinos sale de su casa y les arroja agua. Los animales se separan retorciéndose de escalofrío. El pene del alemán está hinchado, y la vulva de la perra, como si la hubieran floreado de un balazo. El vecino les vierte más agua, y estos al sentirla, huyen despavoridos del lugar. El vecino orgulloso de su saña, antes de cerrar la puerta de su casa, tras señalar con uno de sus dedos la cubeta, mira amenazante a los muchachos. En respuesta, Freddy lo manda a la chingada.
Al rato, Pericles los persuade de ir con Blues para des-aburrir la mona. Doblando a la esquina la judicial les cae, y, en vez de visitar a Blues, van a pasear con la julia (en la patrulla de policía), hasta que Freddy los lleva a su casa, y Doña Polonia les da dinero para que los suelte.
--¡Ya ven por andar de vagos! Recrimina Doña Polonia. ¡Y digan que nomás les dieron una calentada, porque hace unos días, a estos se les pasó la mano matando al sobrino de Doña Lupe!
Las historias de los abusos cometidos por la policía son muchas, pero sobre todo de la federal: esa si que es perversa, donde te atoran te friegas, ya que no se tientan el corazón para atizarte. Esto se lo contó a Sancho, el Chicano, un trisoulero de acá del barrio que murió atravesando el Bravo.
El Chicano le parló, que un día que andaba desempleado, se le ocurrió rematar su herramienta. En el mercado de San Juan encontró a un chacharero:
--¡Que purrúm jefe! ¡Le vendo unas herramientas!
--¿Son robadas?
--¡Cómo cree!
--¡A ver sácalas!
Abrió el morral y al extraer la cuchara y la plomada que le cae la federal:
--¡Policía judicial!
Gritó un fulano pistola en mano. El Chicano se paralizó. Otro policía, un enano perro, lo sujetó de los cabellos y trabando uno de sus brazos se lo dobló por la espalda hasta casi tocar su nuca. El de la pistola, abrió la puerta del auto y lo embutió en él. Ya adentró, lo sentaron junto a otro federal, que al parecer era el Ángel (policía que se hace pasar de bueno y comprensivo).
Lo trajeron dando vueltas, preguntándole a quién le había hurtado las herramientas, de que si era burrero (vendedor de drogas). Chicano confesó que las herramientas eran suyas, que las había comprado en La Ferretería de Los Cevallos, y que no era burrero, que le gustaba el pisto pero hasta ahí. Ellos dudaron insistiéndole que soltara la sopa (que dijera la verdad), que los llevara con sus cómplices, con quienes le surtían la mota (la droga). En una de esas el carro se detuvo, y el enano, que era el Diablo (el judicial malo y torturador), se dirigió al de la fusca, que era la Madrina (no es policía y si un soplón y el de los trabajos sucios):
--¿Qué onda, lo tiramos en la marcha? El Madrina respondió:
--¿Hay lo que diga el jefe?
El Ángel carraspeó:
--¡Espérate, no hay necesidad de eso, aquí el muchachito nos va a cantar (confesar) todo! ¿Verdad carnalito (hermanito)?
Chicano asustado comenzó a perorar. Les repitió que no era burrero ni ratero, que si querían los llevaba a donde había comprado las herramientas. El Diablo, intentó vendarle los ojos, pero Chicano no dejó que lo hiciera, recordando lo que el Chino le había contado: “Cuando te vendan los ojos ya te amolaste; una vez vendado, te pasean un rato reventándote a golpes, luego te llevan al Bordo y, así sin detener el auto, te tiran, y si bien te va, quedas fracturado para toda la vida.”
El Diablo enfurecido por la resistencia del Chicano, sentó su cholla sobre el respaldo del asiento y la golpeó con saña. Sólo se contuvo hasta que el Ángel se lo ordenó:
--¡Canta muchacho, así este no te golpeará más! Chicano chillaba que le dejaran probar lo que estaba diciendo. Que fueran a la ferretería para que preguntaran si había comprado ahí las herramientas. El Diablo gritó:
--¡Vamos a enfriarnos (matar) a éste cabrón!
Y le golpeó el rostro. El Madrina lo miró sin perturbarse. El Ángel, que al parecer se había compadecido de Chicano, ordenó:
--¡Vayamos a donde dice el muchacho, y si nos está engañando, hay tu sabes lo que haces!
Cuando llegaron a la ferretería, el Diablo y el Madrina se bajaron del auto entrando a ella. Después de unos minutos, regresaron acompañados del encargado del negocio, acercándose a la ventanilla del coche donde Chicano se encontraba incomunicado. El encargado, que lo conocía bien, asintió con la cabeza. Los policías, después de agradecer su cooperación en la investigación, treparon de nuevo al auto, y se marcharon del lugar. Ya sobre la marcha, el Diablo ladró:
--¡Antes de bajarlo, déjame darle una calentada (una golpiza)!
El Ángel se opuso:
--¡No!, acuérdate de lo que le pasó al Jarris por darle toques (choques eléctricos) a un chavo. Sus parientes lo demandaron: no ves que al muchacho le tuvieron que extirpar los tanates (testículos), y por poco felpa (muere). Aún es hora que no sale de esa bronca y seguro se lo van chingar.
El carro tomó por la avenida y ya de nuevo en San Juan, lo dejaron libre. Eso fue lo que le contó a Sancho el Chicano antes de que intentara cruzar el Bravo y lo acribillaran los de la migra.

3

Como doña Polonia se niega a dejar ir a Freddy con ellos, Sancho y Pericles visitan a Blues, encontrándolo en su agujero ponchando a la juanita (fumando marihuana).
--¿Quieren las tres (fumar)?
El drogadicto les ofrece pujando por el esfuerzo que hace para retener el humo. Sancho le dice que no, pero Pericles le acepta el pitillo, que se consume en dos jalones y ya drogados vociferan incoherencias. Blues, les cuenta del burrero que aprehendió la policía con un morral lleno de grapas (dosis); y también del maestro que pescó la federal acusándolo de pertenecer a la guerrilla. Al profesor se lo llevaron sin que hasta la fecha nadie sepa algo de él:
--Yo conozco al maestro, y no es cierto que sea guerrillero; lo que pasa es que el profe, es de los que se opusieron a la construcción del aeropuerto en Atenco.
Pericles, levantándose de su asiento, se pone a caminar en círculos por el apartamento, y ha parlotear cosas de él y de sus padres, de como el chacharero acicala a su genitora en cada briaga: una noche por poco el macho la mata. La golpeó lo que quiso. La señora aullaba de dolor. Todos en el barrio la escucharon. La hubiera ultimado, si no es porque Pericles lo impidió:
--¡Me cae que mi ruco (padre) es bien manchado (abusivo) y mi jefa (madre) una agachona, yo que ella ya le hubiera puesto unos trancazos (golpes)!
Descarga Pericles lanzando puñetazos al aire. Blues, fintando, agacha la testa como si los golpazos fuesen dirigidos a él.
--¡Ya estuvo! ¿No? Bufa Sancho, dejándolos en su alucine.

Entrando a su casa, Sancho encuentra a su madre a punto de irse al mercado. Esta se alegra de verlo, y le dice:
--¡Que bueno que llegaste mi’jo! ¡Voy a comprar la comida, y no quiero que te largues otra vez porque a lo mejor me tardo; ay te encargo a tus hermanos!
--¡Esta bien! Responde el muchacho.
La madre de Pericles cuando avisa que se va a tardar en el mercado, es por que pasará a embriagarse a la michelería, para luego regresar y restregarles, a él y a sus hermanos, el abandono de su esposo. Las escenas de sus borracheras nunca cambian.

Primer acto:

--¡Estoy bien borracha! ¡Sí! ¿Y qué? ¿A quién ofendo? ¡Tengan mi’jitos, no crean que soy mala y los dejé sin comer! ¡Sí, me fui a jambar unos tragos con mis amigas y ya estoy bien briaga esa es la verdad!

Segundo acto:

--¡Qué me ven! ¿O qué les estoy faltando al respeto? ¡Aunque sea piruja, nunca los he dejado sin tragar!

Tercer acto.

--¿Qué me juzgan? ¡Ustedes no tienen derecho de hacerlo, sólo diosito santo! ¡Además yo nunca he andado con otro hombre que no sea su padre, aunque se halla largado! ¡Qué me juzgan! ¡Aunque borracha yo siempre he visto por ustedes!

Cuarto acto:

--¡Ya duérmete mamá! ¡Ya duérmete!
--¡Déjenme, es mi onda (cosa)! ¿No?

Quinto acto:

--¡Tengo sed! ¡Váyanme a comprar una cerveza!
--¡Ya no mamá, ya tomaste mucho! ¡Mejor duérmete!
--¡Si no me traen una cerveza, voy a quitarme la sed con agua!
(Se levanta, va hacia la cubeta donde está el agua. Sancho se la tira. Su madre le da un puñetazo en plena cara. La nariz de Sancho comienza a escurrir de sangre. Sus hermanos lloran y gritan a su madre que ya no le pegue. Ella, desquiciada por la borrachera, se jala los cabellos y azota su puño en la pared. Todos gimotean histéricos. Sancho se abalanza sobre la ebria y la obliga a que deje de maltratarse. Ella, después de maldecir, y decir que Dios lo va a castigar por haberle levantado la mano, lucha por librarse. Se tranquiliza, y dirigiendo su mirada a la virgen de Guadalupe sobre la cabecera de su cama, dice:

--¡Perdóname madrecita santa, pero es que ya estoy bien briaga!

Segundo drama:

La madre está sentada a la orilla de su cama gritando culpando a su esposo del infierno en el que la dejó. Lo maldice y le pide a Dios que lo castigue, que mate a la puta con la que vive. Se arrodilla frente a la virgen de Guadalupe:

--¡Santa María, madre de Dios, ruega señora por nosotros los pecadores a la hora de nuestra muerte...! ¡Bien sabes madrecita santa, que como tú, he sido una buena madre; que nunca he dejado a mis hijos sin tragar, y que tampoco he hecho nada que los ofenda, trayendo a otro hombre a la casa para que los lastime! ¡Tú lo sabes madre santísima! ¡Pero eso no le importa a su padre, que ya ves me abandonó! ¡Por eso te pido, te suplico madrecita que lo castigues!

(Sancho no comprende el odio de su madre, ya que su padre, aún no viviendo con ella, le endilgó cinco hijos más).

--¡El es mi viejo, y le debo respeto! Exclama su madre ruborizada, cuando la bromean sus hijos de que se case con el albañil que le pide matrimonio.

--¿Qué tiene de malo que te juntes con otro hombre, si al cabo mi papá ya hasta tiene otros hijos?
Pero ella justifica su negativa de vivir con alguien más, anteponiendo su promesa de para siempre, que le hizo a su esposo frente a Dios.

--Don Humberto es buena gente, y ya me ofreció que si me caso con él, me acepta con todos ustedes. Que él les da el estudio. Pero ya le dije que no, pues aunque no viva con su padre, él es mi marido.

Sancho piensa que el amor que le tiene su madre a su papá, es más por compromiso religioso, que de corazón, y lo demostró cuando éste se fue a amparar a su casa, luego de que se accidentó: borracha, su madre le gritó que no necesitaba quien le ordenara, que después de treinta años sola, ya había aprendido a hacer lo que le viniera en gana. Que prefería ser libre, y que mejor se fuera, porque estando él, no podía vivir tranquila. Su padre abandono la casa y ya nunca más la ha vuelto a pisar.


4

A veces la madre de Sancho suele confiarle su suplicio: cuando tu padre me dejó por la otra, me dio por tomar. Vivíamos en Tepito, y teníamos una tiendita y varios puestos de jugos. Nos iba bien. Entonces yo ya había regalado a mi hija Ramona, con doña Lorena, que tenía una fonda cerca de Ferrocarril de Cintura. Ramona es hija de un camionero con el que me enredé a los doce años. La regalé porque yo estaba muy chica y muy pobre; me quedaba donde podía. Como mi comadre Lorena se acomidió a ver por ella... pues que Dios me perdone...
Cuando conocí a tu padre, este vendía plátano macho sobre una mesa de cajas en la Merced. Entonces yo tenía diecisiete años. En Tepito nada más teníamos a Carmelo y a mi hija Virginia.
El siempre fue muy mujeriego. En la tienda yo hacía unos corajes refuertes por ello. Las viejas lo iban a buscar y a ofrecérsele. Yo las mandaba mucho a la fregada a cada rato. Un día no aguanté más y me agarré de las greñas con una jarocha. Le corté una nalga con un cuchillo. Estuve presa varios meses en cárcel de mujeres. Pero ni así él dejó de ser mujeriego. En una de esas el desgraciado me la hizo fea, se fue a revolcar con una quinceañera que después lo acusó de violación. Tuve que venderlo todo para sacarlo de Lecumberri. Cuando dejó la cárcel, huyó con la chamaca. La mujer se llamaba Francisca. Murió hace dos años de cirrosis.
Ya luego me vine acá al barrio. Yo aquí sufrí mucho con ustedes. A cada rato se me enfermaban de esto y de lo otro. El que más se enfermaba eras tú Sancho: me saliste comprado.
Tu padre me daba para la tragazón a cambio de seguirlo viendo. Como dices tú, apenas me chiflaba y ya regresaba con otro hijo en la panza. Pero el resentimiento que sentía por lo que me había hecho, no lo podía olvidar, y me tiré a la borrachera. Yo sentía una pena muy grande, un dolor aquí en el pecho que no se me quitaba con nada. No sé cuántos años tengo de briaga. Y ahora que estoy vieja, con diabetes y un titipuchal de enfermedades, pues lo que viví, como la natita del pulque, ya se me asentó en el fondo. Sólo dejo pasar los días mirando mis telenovelas, que es lo único que me distrae. Aunque tú Sancho, me digas que son puras tonterías y me regañes porque no hago otra cosa... Pero como yo ni sé leer, ni nunca he hecho más que el quehacer de la casa... Pues... Las telenovelas me distraen... Además de recibir a los santitos de la iglesia en mi casa, es lo que más me ánima para seguir viviendo.
Cuando tu papá se junto conmigo, una buscona me traía en puros chismes; como estaba celosa de que yo viviera con él, les decía a todos que yo era una puta. Por eso tu padre me quitó un día a tu hermana Virginia, y se la dio en custodia a una de sus hermanas allá en su pueblo. Yo me puse muy triste, y me arrastré para que me la devolviera. La fulana, cada que me encontraba en la calle, no se cansaba de restregarme qué él me había quitado a mi hija por puta. No le daba vergüenza gritarme en plena calle sus majaderías. Que yo me acostaba con muchos hombres, que lo hacía para quitarles su dinero. Que por eso él no quería vivir conmigo. La desgraciada me hizo mucho daño. Hasta que un día me encabroné. Tú, Sancho, estabas muy chiquito. Fue en una borrachera, todavía vivía tu abuelito Goyo: ¡Eres una puta Estela! Me gritaba y me gritaba, no se hartaba de hacerlo. Entonces que se me llena el buche de piedritas, que la agarro de las greñas y que la tiro al suelo, me monté en ella, cacheteándola hasta que se me cansó la mano. Berreaba como bruja. Me pedía que dejara de pegarle. Yo estaba muy encorajinada. Mi papacito entonces se entrometió y me sujetó las manos para que dejara de golpearla. Me levantó en vilo y me apartó de ella para que no la matara. La desgraciada entonces se paró y se fue pero si en zumba. Ya nunca más volvió a molestarme. Ahora, ya que estamos viejas, siempre me viene a visitar y a ver que se me ofrece. Me trata con mucho cariño. Y me dice que se arrepiente de todo el daño que me hizo. Yo le contesto que no se aflija que ya la perdoné desde hace mucho.
Cuando me vio calmada, mi papacito me preguntó qué por qué le había pegado. Le contesté que siempre me andaba diciendo que yo era una puta, y que por sus chismes ya mero matan a Virginia: cuando se la llevó a su pueblo tu padre, fue cuando mataron a su hermana. Virginia iba con ella al momento en que pasó todo. Lo bueno es que el asesino no la correteó cuando tu hermana huyó para salvarse. El asesino de tu tía era su esposo. Primero la cosió a cuchilladas y luego le apedreó la cabeza, arrojándola después a un barranco. Allí la encontraron despedazada.
Yo sufrí mucho con tu padre, pues este nunca tuvo compasión de que lo quería. Me trató muy mal. Pero aún así es mi esposo, la cruz que diosito me dio a cargar hasta que me muera.

5

--¡No lo quites! Gritó Pericles. ¡No ves que estos filos son de va y viene! El muchacho, jadea como un perro después de correr, husmeando el cuerpo de Freddy para percatarse si aún segue vivo.
--¡Chinaco está escondido en su chante! Exclamó Sancho. ¡Si quieres vamos por él!
La muerte y la violencia siempre pisándoles los talones. En sus cuerpos, la adrenalina corría a borbotones (era una guerra soterrada en un país de dioses prepotentes con garras inmisericordes que todo devoraban), alertas para matar y para sobrevivir. Siempre con el pulso acelerado, el corazón a toda velocidad. Morir era normal, y sin embargo, mirar a Freddy agonizando, les da pavor.
--¿Quién de los dos nos está poniendo este cuatro: Dios o el diablo?
Piensa Pericles en voz alta. El resuello de Freddy es débil.
--Sí, ¿Será Dios o será el pingo, quién nos manda está prueba?
Vuelve a mencionar Pericles. Sancho lo saca de su ensimismamiento:
--¿Vamos o no tras Chinaco?
La tarde se arremolina nebulosa sobre occidente. El resuello de Freddy es cada vez más endeble. Su rostro pierde tinte. La muerte no tiene color, rumia para sí Pericles. Hasta ese momento y frente a la desgracia de su camarada, el muchacho se percata del cadalso en el que vive, acechado por los infinitos tentáculos de la parca, resistiendo su oleaje asesino; las innumerables formas que esta tiene para atraparnos. El respiro de Freddy se extingue como una colilla de cigarro en el cenicero; como una rosa avejentada que ha perdido el último suspiro de su olor, como un perro malherido lejos de la piedad del mundo. Sancho vocifera:
--¡Vamos o no por Chinaco!
--¡No, no vamos! Responde Pericles. Sancho se encoleriza:
--¿Qué, vas a dejar que Freddy se muera así nomás?
Pericles le estruja la camisa:
--¡Qué no te das cuenta, que esto es un cuatro para matarnos!
Sancho se zafa e incorporándose saca un puñal de entre sus ropas:
--¡Pues yo me voy a arriesgar, y si me matan, pues me llevo a unos cuantos!
Su amigo trata de detenerlo. Sancho amenaza con herirlo. Decidido a no dejarlo ir hacia la muerte, Pericles lo conmina a hacerlo. Sancho aprieta la daga, después la vuelve bajo sus ropas, y abrazándose, llora de impotencia.
Freddy, aunque débil, sigue respirando. Sus contlapaches evantan su cuerpo y presurosos lo trasladan al consultorio de California, un médico samaritano, que suele atender emergencias. California, rasga en su guitarra Caballo sin nombre, y al verlos entrar con Freddy, calla. Pericles sisea:
--¡Lo acaban de picar!
California ordena ponerlo sobre el camastro. Luego cierra la puerta del consultorio, y acercándose al herido, examina su pulso.
--¡Está muy mal! ¡Hay que operarlo!
Durante la cirugía, Pericles y Sancho caen en un estado de tensión insoportable. Como si el universo fuera sólo un hueco apretando sus cuerpos. Cuando California jala el verduguillo, un borbotón de sangre sale tras de él, asustados, los jovenzuelos se pegan a la pared, como si fueran papel matamoscas, con los ojos desorbitados y un rictus de pánico en ellos. California, diestro, con una pinza, apaga el fluido de sangre de Freddy. Ellos permanecen mudos sudando copiosamente, atrapados en un vértigo alucinante.
California zurce la herida, luego, exhausto, se deja caer sobre su silla. Sujeta su guitarra y con voz aguardentosa, entonó Simpatía por el Diablo de los Rollin Stone. Pericles y Sancho continúan atrapados en el abismo de sopor.
Ya de madrugada, los quejidos de Freddy los despiertan.
--¡Ya la libró este cuate!
Festeja California.

6

--Saben que carnales. Espetó Freddy. Cuando la muerte me meció entre sus brazos, dos perros se acercaron a ella ladrando que no me llevara. La calaca se negó, pero cuando estos le riscaron los dientes, dispuestos a pelear con ella, cambió de parecer. Entonces la muerte me dejó en el suelo marchándose hacia la nada. Los perros me cargaron con sus hocicos trayéndome de nuevo a la vida. Y aquí estoy con ustedes, trío de perros ojerosos, vagos empedernidos, prófugos del destino.
La neta valedores –dice Freddy-, sí le tengo miedo a la muerte, es muy oscura. Cuando me dieron el piquete, sentí calientito. Nada de dolor, sólo fuego que se regaba por mi carne y por mi sangre. La luz desapareció de mis ojos y caí en un hoyo profundo, con miles de manos en sus paredes que intentaban descarnarme. Al final del pozo, una luz que al atravesarla te lleva hacia quien sabe dónde, un lugar hecho como de niebla, en el que se oye una gritería insoportable.
Una mano tomó la mía. Yo nunca pude verle el rostro, sólo sentí su presencia. Tenía mucho miedo, pero luego me fui tranquilizando. No sé cuánto tiempo pasó, no sé cuánto caminé, sólo sentí que la mano me empujó y caí de nuevo por el túnel.
La neta, batos, la muerte es muy canija. Cuídense de ella, no la busquen, ni crean que está no los va a apañar. Quien la busca y la encuentra sabe lo que digo. No la busquen, yo sé lo que les digo. Mejor llévensela tranquila, aunque chupen o le pongan, piano pianito. Por que la neta, la muerte es traicionera, y a veces nomás te trae cinchado: Con artos dolores en el cuerpo, con los riñones y el hígado desmadrados. Con la hinchazón a punto de reventarte. Tu estómago lleno de agua por no orinar. Luego para sacarla te meten unas tripas que duelen ¡puta madre! No carnales, llévensela liviana, aunque pisten, tranquilitos, por que luego van a llorar, pidiendo a Dios que no sea gacho, que los dejé otro ratito. Yo sé lo que les parlo. Luego no digan que no se los dije. Yo vi a muchos caer como perros atropellados en el asfalto, aullando meco. Asústense ahora de la parca, no cuando ya la tengan dentro.


7 PESADILLA MENOR

--¿A dónde vas tan aprisa? Le pregunta don Manuel a Pericles, desde el interior de su refresquería.
--¡Ando huyendo de Simio, que me quiere balacear!
--¡Pues escóndete aquí, no vez que ya viene el aguacero, y a ti te da mucho miedo!
Pericles entra a la refresquería ocultándome tras uno de los refrigeradores, desde ahí ve pasar a Simio, que cae en la loza del frontón convulsionado. Su madre corre: metiendo su mano a su boca, le sujeta la lengua:
--¡Ayúdenme por favor, no ven que mi hijo tiene epilepsia!
El único que la socorre es Cabeza Chica, quien desenvolviendo la servilleta, toma una tortilla y la da a tragar al epiléptico:
--¡La tortilla es buena para calmar el hambre, y su hijo está enfermo de hambre, señora, como muchos de nosotros! ¡Que quién sabe si veremos el futuro!
La madre de Simio agradece el gesto:
--¡Come hijito, a ver si así te curas, y yo ya puedo descansar en paz! Dicho esto, Simio se incorpora. Abrazados, madre e hijo, se alejan del frontón.
Una vez que Simio se esfuma, Pericles deja su escondite y antes de retirarse, como siempre don Manuel lo aconseja:
--¡Se gallo, hijo, se gallo, y nunca te dejes vencer por la vida! Ni te preocupes por tu padre, él no va a volver. Tú, échale ganas, y cuando tengas algún temor, ven aquí conmigo, que yo siempre te daré ánimo.
Dicho esto, la casa de don Manuel desaparece del llano. En la esquina, Jesús, La Española, llora mientras aprieta el cuello de Pericles con su brazo, amagándolo con una navaja:
--¡Si no me acompañas, te juro que te ensarto!
--¡Pues si quieres mátame, pero ya no voy a hacer lo que tú me digas. Aquí se terminó nuestra amistad. Vete a donde quieras, que yo ya no te sigo!
La Española, se debate entre empujar el filo o no, pero cuando le recuerda Pericles las veces en que le ha hecho el paro para que los de la otra broza no lo enfríen, retira el pico y llorando vira hacia la muerte.
Pericles retoma su camino. Antes de llegar a casa, se encuentra a Malena, la esposa de La Española, que con su hijo en brazos, le suplica llorando hablarle para hacerlo entender que el pisto y la mota lo van a acabar.
--Mira Malena, Jesús ya no entiende, está bien clavado en el vicio. Te aconsejo que veas por ti y por tu hijo, que ya no esperes nada de él. Míralo como anda. Señalando hacia donde está La Española, bebiendo cochinilla. Malena, se desvanece para siempre de su mirada. Cuando voltea Pericles, La Española trastabilla la calle, a la vez que grita:
--Tienes razón amigo, ya estoy bien quemado, y la neta, ni sé como salir de este infierno. Sabes, me picaron en Guadalajara, la cirrosis ya me hace arrojar cuajarones de sangre. Dicho esto, su cuerpo se deforma, y de uno de sus costados brota la cabeza gimiente de su compadre Perico:
--¡Ay, ay, ay, apáguenme la lumbre que siento dentro de mi estómago!
De su otro costado, la cabeza de Berna:
--¡El abismo que nos dio Dios, no lo merecíamos!
Su cuerpo todo se convierte en un manojo de cabezas, las de todos aquellos que murieron víctimas de la droga y el alcohol.
De pronto, en la tolvanera aparece la virgen de Guadalupe. Chucho se arrodilla ante ella. La virgen les recrimina y estos lloran:
--¡Ya no nos regañes madrecita, pues que podemos hacer para ya no vivir en este infierno!
La tolvanera se densa, y por más esfuerzo que Pericles hace para penetrarla con sus ojos, no lo logra. La polvareda trasmuta en remolino y girando hacia el oriente, desaparece la pesadilla.

8

Tiene tiempo que no pisteo –reflexiona Cambujo-, ¡y sin jurar! Con puros güevos, como decimos los hombres ¡no! Ya estaba cayendo en lo más bajo. Teniendo tan buen oficio y andar pidiendo limosna a las personas y a los cuates, dando pura lástima.
¡Gracias a Dios ya voy a cumplir un año sin chupar! Un día me tiró gacho el vicio y fui al seguro; los médicos me dijeron que a qué iba. Que yo lo que necesitaba era ir con un psicólogo... Él que me puso al tiro fue el Jarocho, el galeno de la esquina. Me dijo que no necesitaba medicamento, que lo que me hacían falta eran güevos. Y la neta, sí. No he necesitado de juramento, aunque eso está bien, por que es la religión, pero dejé de tomar con mucha fuerza de voluntad.
La neta me da escalofrío acordarme: Salí corriendo de la casa. Se siente re-grueso. Empecé a sentir que me mordían. El dolor de las mordidas era canijo. Clarito vi como me escurría la sangre por el pecho y las piernas. La neta lo que me pasó no se lo deseo a nadie, ni a mi peor enemigo.
Me dio, cómo le dicen, delirium tremens. Cuando salí corriendo aquí de mi casa, fui con un psicólogo, que me dijo: Lo que usted está viendo lo produce su mente. No piense en ello, piense en otra cosa, o cante por dentro. Así lo hice y a los tres días me recuperé. Ves ese pedazo de papel, pues cuando me dio el delirium, yo lo alucinaba como una rata, una araña, o como un perro rabioso que me quería morder.
Empecé teniendo pesadillas, pesadillas de una fracción de segundo. Primero un día, luego tres. Así me la pasé durante un año. ¿Te acuerdas de don Santos, Pericles? Cuando él me platicaba de las pesadillas, de las visiones del delirium, yo no le creí. A mí no me daban por que estaba fresco, chavo pues, pero ahora que las tuve, la neta, son bien feas. Me dijo el psicólogo, que precisamente uno empieza con pesadillas, luego con delirium, hasta llegar a tener convulsiones y por último esquizofrenia.
Gracias a Dios que yo no llegué a eso, pues me di cuenta a tiempo, si no a lo mejor ya me hubiera muerto, pues las visiones no llegaron a lo meco. Fueron poquitas: ¡Imagínate! Todo lleno de arañas. El corazón se infarta nada más de sentir las mordidas.
Ahora ya no tomo ni una copa, y la neta no lo hago por que tengo miedo de recaer.
La verdad, la fuerza de voluntad es muy importante, aunque ir al doble A está bien, aunque hay algunos grupos en donde te tratan bien, te ponen tus madrazos.
Al principio sí te dan pegue, mientras estás en la sala de los enfermos, como le dicen. Te dan tu beberecua hasta que te vean animoso, que ya puedes hablar. Te preguntan, si ya te sientes chido, y si dices que sí, te mandan a bañar. Hay quien te ayuda a bañar, y te da tu pegue si te pones mal. Te dan de comer en la boca cuando andas bien quemado. Ahí te enseñan a ser humilde, a pedir con decencia las cosas, por que si las pides de mala onda, o te pones furioso te amarran.
Hay cuates que se han matado por los nervios después de un mes de estar chupando. Les dan los ataques y se matan. Un cuate enterró su cabeza en una argolla de pared: Se fue al baño y ahí lo hizo.
Hay vales que despertando del delirium, ya están en la cárcel por haber matado a su mujer, o a sus hijos. Un bato ahorcó a su jefa: Dice que alucinó su cuello delgadito, delgadito, como el cogote de una gallina, y se lo apretó hasta que la dejó muerta. Otro cuate macheteó a su jefe, por que lo alucinó como un coyote. Me cae que le doy gracias a Dios que ya no tomo, y jamás lo voy a volver a hacer, eso que ni qué.



9 INTERMEDIO ANTE TANTA BRUTALIDAD


Ahí va la Toña, con su vestido de novia y su súper bolsa con chemo! Se detiene, hace arabescos en el aire con su mano. Abre ojos de toro loco. Aparta el polietileno de sus bembos; da asco verlos embadurnados de pegamento. La Toña, sujetando los holanes de su vestido, hace una caravana como si fuera un bufón ante su rey. Alguien le sonríe.
Más allá, entre la basura, está Cachetes comiendo desperdicios, junto a su perro lame mierda. La Toña lo descubre y va hacia él. Al llegar, el infra sujeta su mano, y como si fuesen recién casados, entran a la alcoba de cartón que hay sobre la acera.
El matrimonio de la Toña y el Cachetes, se disolvió cuando el Pelón enamoró al adicto, regalándole una muñeca sin ojos. La Toña se puso recontento, y desde entonces la trató como una hija.
--¡No que yo no podía tener bebes!
Grita la Toña a la gente, enseñándoles a su prole. Las personas se ríen de él, y le dicen que está loco, que se fije bien que lo que trae entre las manos no es una niña, sino una muñeca ciega. La Toña no les cree y ladra:
--¡Es mi nenita, y si no tiene ojos, es por que Dios quiso que no tuviera para que no mirara la pinche caca que mosquea al mundo!
Un día la Toña quiso que su hija fuera a la escuela, y la llevó a inscribir: Ahí va la Toña muy oronda con su hija de la mano. La emperifolló, le peinó su pelo color zanahoria y hasta le puso un moño. Cuando llega a la escuela, no le permiten entrar. Regresa triste a donde el Pelón tiene su sala a la intemperie, y se pone a llorar hasta que no le queda ninguna lágrima. Pasa varios días deprimido y sin comer, acariciando la cabeza de su pequeña. El Pelón lo cuida celosamente, hasta que la Toña regresa a la vida, hasta que vuelve a inflar su súper bolsa de alucine.
Una tarde, los vecinos se percatan de que no trae puesto su vestido de novia, y de que su hija no se encuentra junto a ella. Le preguntan:
--¿Y tú hija, dónde la dejaste?
Les contesta:
--¡Le hice su fiesta de quince años. A los días se me casó con uno de sus chambelanes. Yo le regalé mi vestido. Vieran que bonita se veía! Dicho esto, vuelve a inhalar su bolsa.
Al mes siguiente, abrazados sobre el sofá, encuentran muertos a la Toña y al Pelón. Dicen que el Cachetes los enfierro mientras dormían, en venganza por la traición que le jugaron.



10 REGRESO A LA REALIDAD QUE PARACE SURREALISMO

Rodeado por el escuadrón suicida, Pericles cuenta como murió Calaco:
--Mi compa salió al baño, cuando regresó que se cae sobre Silencioso. Todos nos despertamos al oír el golpazo. Silencioso, enojado, que lo avienta:
--¿Qué te traes, cabrón?
Mi compadre, se levantó, y arrodillándose me pidió perdón:
--¡Discúlpame compa por haberte dado baje con tu mercancía!
Después se paró y dando un traspié, volvió a caer. Silencioso, le preguntó qué le pasaba, pero el flaco chitón. Entonces que me le acerco y al ver que tenía los labios morados, le empecé a dar masaje en el pecho. El Silencioso dejó su catre y fue a llamarle a la ambulancia. Por más masajes que le di, mi compadre se juyó a la otra vida. Al rato llegaron los de la ambulancia para certificar que ya chiras pelas. Mi jefa fue a avisar a su familia. Quienes al principio pensaron que nosotros lo habíamos matado. Pero los paramédicos de la Cruz Roja, les dijeron que había fallecido de un infarto.
Mi compadre me contó que cuando cayó en cana, los tiras lo patearon en el pecho y que desde ahí se había sentido mal. Yo la verdad creo que de tanto chemo y borrachera su corazón ya no aguanto y pos... Descansa en paz compito.
Quién sabe como se corrió la voz de que el Calaco había felpado, pero antes que su familia lo trajera a la casa, ya los del escuadrón suicida lo esperaban con flores y veladoras. Al ver entrar el féretro se les espantaron los ojos y, comenzaron a preguntar de qué había muerto. Al saber el parte, algunos se empezaron a tocar el pecho y a interrogar lo que sintió el difunto antes de su desenlace: “No, yo aún no tengo eso”, “a mi lo que me duelen son los riñones”; “a mí veces se me duerme un brazo, pero me hecho un allipus y se me pasa”. Realmente estaban consternados por la muerte de Calaco, algunos hasta tres o cuatro veces hicieron guardia ante el ataúd, sólo para mirar el rictus de su camarada.
Cuando se lo llevaron a enterrar, todo el escuadrón se trepó a la carroza. Todos en sus cinco sentidos, con tremendos ramos de flores entre los brazos. Hubo uno que compró un cirio de un metro de largo. Otros portaban veladoras por docena.
El entierro fue rápido, con alguno que otro aspaviento. Al volver a la colonia, el escuadrón de nuevo regresó a su cometido. A las pocas semanas, otro de sus miembros dejó el jolgorio y el rito fúnebre se escenificó de nuevo.


11 EL ADIÓS DEL COLA DE BURRO

--Se me quedó mirando fijamente a los ojos, luego me dijo decidido: ¡Yo ya me voy a morir, y si no me muero a los 45 años, me mató. Lo dijo muy decidido, convencido de ello.
Cuando Pericles lleguó a su casa, su madre le comentó que se lo habían llevado al doble A. Que se había sentido mal después de navidad. Que su hijo mayor lo había acompañado a internarse.
--Ya se veía mal. Yo salí a despedirlo a la calle. Antes de irse me dijo que él ya se iba a morir, que no me preocupara. Me dio la mano y se fue a internar. Si yo hubiera sabido que ya no iba a regresar, no lo dejo ir.
Una semana antes de su partida, Pericles platicó con él. Se veía animoso, aunque la piel ya la tenía reseca, ceniza, amoratada; sus ojos los tenía inyectados, desorbitados. Le comentó de su intención de hacerla, de construir un cuarto para empezar a comprar sus cosas.
--¡Vas a ver carnal, la voy a hacer chida!
Una semana atrás había discutido con él. Desde entonces se percató de que ya andaba enfermo. Hablaba incoherente, como ido. Entonces sintió que ya no debía de enfrentarlo, que a lo mejor cambiando su estrategia, si en vez de regaños lo trataba con cariño, él recapacitaría para dejar de beber.
--¡Está bien carnal, y mira cuenta conmigo en lo que yo te pueda ayudar; No pienses que soy tu enemigo, nadie aquí en la casa es tu enemigo; eso tenlo por seguro!
El se ánimó aún más cuando Pericles le dio su apoyo. Hasta imaginó como sería su cuarto. Los dos ubicaron el lugar de la casa en donde lo construiría. Pericles se sentía reconfortado de verlo alegre, planeando cosas para, a lo mejor, detener el rápido tren de su vida y darle una variante que lo llevaría a reconciliarse con él mismo y con el mundo.
--¿Sabes una cosa carnal? Trata de dejar la borrachera un poco. Cuando sientas necesidad de tomar, has cosas, vete al cine, convive con tus hijos...No sé... No te digo que de un sopetón... Poco a poco... Digo... Chance y puedas darle la voltereta a tu vida.
Le dijo que haría lo que Pericles le aconsejaba, que en verdad la quería volver a hacer. Después de esa platica, Pericles lo volvió a ver, pero ya en su féretro.

--Llegó a mi casa. Platicó con sus hijos. Cuando se despidió de ellos, abrazó a Chicho y no lo quería soltar. Le decía que él ya se iba a morir. Lo abrazaba de tal manera, que sentí escalofrío. Yo le pedí que no dijera eso delante de sus hijos, que los asustaba. Luego se salió despidiéndose de mí, nunca pensé que fuera para siempre.
La esposa de Cola de Burro, se mira desecha, con los ojos desbordados de llanto. Cabizbaja, mirando hacia la tierra, con las manos crispadas de dolor. Cargando su cuerpo abatido, entrando y saliendo de la alcoba donde se encuentra el féretro.
--Se murió sentado, con las manos pegadas a la nuca. Atragantado de orgullo. En silencio, sin darle lata a nadie. Pobrecito, ya tenía los intestinos amoratados, y dejaba charcos de sangre cuando iba a orinar. El ya presentía que se iba a morir, y se lo estuvo diciendo a todo el mundo, a sus amigos borrachines; a mi comadre Socorro, a los chachareros con los que compartía mercado. Todavía una semana antes de fallecer se arrepintió de no haberse ido a internar a la granja donde lo quiso meter su hermano Pericles para que se curara. Le dijo: Mamá, mejor si me hubiera ido a la granja donde me quería llevar mi hermano. Pero ya era demasiado tarde, la cirrosis ya le había avanzado mucho.
Su rebaño de suicidas se lamenta a la entrada de la casa: Jaski, a pesar de su juventud, se mira avejentado, como conteniendo en su carne, a punto de reventar, una gran pesadumbre, pero a pesar de ello no deja de beber hondos tragos de marranilla. A su lado, Quijadas, aúlla dolorido por la muerte de su camarada. Otros quemados, amodorran la congoja como perros apaleados acuclillados en la acera. De pronto se le viene a la cabeza a Pericles que ya están muertos, que sólo se han aparecido para acompañar a Cola de Burro en su viaje al infra-mundo. La escena es deprimente, demoledora. Cuando sale el féretro de la casa, Quijadas se lleva las manos a la cara y gime. Jaski, hace una mueca de abatimiento y alzando la botella de marranilla, da la despedida a su camarada. Al momento que el féretro es introducido en la carroza, se agolpan los recuerdos en la memoria: es madrugada y en el patio de su casa se escucha el gorgoreo de las ánimas retornando a sus aposentos. Cola de Burro ronca a su lado. Siente una humedad cálida irradiando en su pierna. Alza la cobija y se percata de que su pantalón está mojado. Enojado, zarandea a Cola. Este se despierta.
--¡Otra vez te volviste a orinar! Le dice. Cola tapa su rostro con la cobija. Su mamá que lo ha oído, jala la cobija y reprimiéndolo lo obliga a levantarse. Su hermano se niega a hacerlo y su mamá lo golpea. Le grita que es un meón, y sin dejar de pegarle le obliga a quitarse los pantalones. Cola, humillado y llorando, hace lo que su madre le pide. Doña Angelita, que era curandera, le dice que Cola tiene frío en la vejiga, que por eso se orina en la cama, pero la verdad es que éste padecía de miedo a la oscuridad, y como tenía que cruzar el patio para hacer sus necesidades, pues prefería vaciarles su perfume. Así fue como se ganó el apodo del Perfumes, mote que le re-encanijaba.

Su entierro fue rápido, de un día para otro, para que su madre no estuviera contemplándole y contemplándole, para que no se exprimiera su alma de tanto sufrimiento. Cuarenta y un años tenía cuando metieron su féretro a la fosa, cuando le cantaron los norteños, cuando lo encerraron para siempre los ladrillos. Cuarenta y un años mientras Porki iba de un lado a otro fumando nervioso entre las criptas; mientras el Pelón decía que estaba Pericles en su dolor; mientras el escuadrón suicida aullaba por su partida.
El último tabique fue apilado y sus cuarenta y un años quedaron varados dentro de la oscuridad, esa que le daba tanto miedo, que lo mantenía recluido todo el tiempo, que no le permitía alejarse más allá de sus dominios.
Tu hijo ya se ha ido a la eternidad, Pericles le dijo a su madre. Con el alma y el cuerpo cansado respondió: “Yo todavía tengo la esperanza de que un día vuelva”.

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